jueves, 19 de febrero de 2009

Juana la Loca.

Juana la Loca. Francisco Pradilla. 1877. Museo del Prado. Óleo sobre lienzo.



En diciembre de 1506 una mujer embarazada de 8 meses anda a pie, por los campos de Castilla. Marcha detrás de un cortejo silencioso que a la luz de las antorchas porta un ataúd. En él van los restos de su joven marido, muerto 3 meses antes. La mujer lleva al cuello, colgada de una cinta negra, la llave del féretro. El cortejo no para en las ciudades, ni en los pueblos, ni en las posadas, ni en los conventos de monjas, ni en ningún lugar donde pueda encontrarse una joven. A la viuda la acompañan landsquenetes (soldados alemanes) y con antorchas, algún fraile y mujeres mayores. Ella lleva el rostro cubierto por un velo, pero todos saben que esa mujer que se esconde tras un velo negro es la más rica y poderosa del mundo. Es doña Juana I de Castilla que, huyendo de la peste declarada en Burgos, lleva a su marido don Felipe I a enterrar a Granada, junto a la reina Isabel la Católica.
Los títulos de esa mujer loca son muchos, muchísimos: heredará los reinos de Castilla, Aragón, León, Navarra, Granada, Valencia, Galicia, Murcia, Sevilla, Jaén, Toledo, Algeciras, los Algarbes y Jerusalén; el condado de Barcelona; los señoríos de Molina, Vizcaya y Álava; los ducados de Atenas y Neopatria; heredará las plazas del Norte de África y las inmensas Indias hasta entonces descubiertas. Pero como si toda la gloria política y militar que alumbraba el nacimiento de la Casa de España debiera tener su contrapartida maldita, los herederos de Isabel y Fernando han ido muriendo uno a uno, hasta llegar a esta mujer que se niega a ayudar al nacimiento de su propia hija porque su padre ya no podrá verla. Ya no le importan los vivos. Y tampoco sus hermanos muertos.El primero en morir fue el príncipe Juan, con 19 años, recién casado con Margarita de Austria y a la que dejó embarazada, pero abortó. La mayor de las hijas de los reyes, Isabel, reina de Portugal tras su matrimonio con Manuel I, heredaba automáticamente la Corona de Castilla, pero no la de Aragón, donde regía la Ley Sálica. Fernando estaba a punto de cambiarla cuando María tuvo un hijo, Miguel, que se convertía en heredero de las tres coronas: Castilla, Aragón y Portugal. Pero Isabel murió un año después, en el segundo parto y poco después murió también el príncipe Miguel en Granada, donde lo habían llevado sus abuelos Isabel y Fernando parra cuidarlo.
Después de Juan, Miguel e Isabel, la primera en la línea de sucesión de la Corona de Castilla -y de Aragón, si su padre Fernando así lo decidía- era Juana, casada con Felipe de Habsburgo, llamado El Hermoso, primogénito del emperador de Alemania. Sin embargo, a Isabel, que nunca se recuperaría de la muerte del príncipe Juan, al que desde niño llamaba «mi ángel», y a su esposo, el aún vigoroso y astuto Fernando, le producía horror que su inmenso legado terminara en las manos de Juana, porque su estado mental la incapacitaba para el ejercicio de la función regia. Y así como el príncipe Juan habría sido tutelado por los reyes, lo mismo que el príncipe Miguel e, incluso, Manuel de Portugal, al que muerta Isabel dieron en feliz matrimonio a su hija María, el marido de Juana no iba a dejar reinar a su mujer ni a sus suegros.
La madre portuguesa de Isabel se volvió loca y su hermano Enrique solía meterse en los bosques a hablar solo para tranquilizar su espíritu. Paradójicamente, Juana nació clavada a su abuela paterna, Juana I de Aragón, de la familia de los Enríquez, Almirantes de Castilla.

De niña fue muy estudiosa -hablaba latín, afición tardía de su madre- y entregada a la devoción. Era muy extremosa en sus penitencias y hasta quiso meterse a monja. Sus padres la casaron a los 16 años con Felipe, hijo mayor de Maximiliano I de Alemania y de María de Borgoña, que acababa de morir convirtiéndolo en soberano de Flandes. No tenían los Habsburgo ni una pequeña parte de las posesiones españolas pero eran muy ricos y vivían con un lujo que a los Reyes Católicos, austeros, les parecía exagerado y hasta repulsivo.
Fue casarse y empezar el escándalo. Apenas se conocieron, el 21 de agosto de 1496 en Lille, quisieron meterse en la cama, así que hubo que buscar a un cura y adelantar la boda. Felipe era muy mujeriego y al principio la pasión de su joven esposa le divirtió; luego le cansó y finalmente le horrorizó, porque incluía unos celos morbosos que sólo calmaba el tálamo. Juana abandonó sus prácticas religiosas.
Por vigilar al marido, ya fuera de cuentas, tuvo a su primogénito Carlos en un retrete. Antes de nacer su segundo hijo, Fernando, llegaron a España como príncipes de Asturias y se manifestó el desdén de Felipe por sus suegros. Tras el parto, quisieron sus padres cuidarla algún tiempo en el Castillo de la Mota, por apartarla de quien tan loca la volvía, pero escapó descalza tras su marido en plena noche, insultó a su madre e hizo tales disparates que tuvieron que dejarla ir. Murió Isabel en 1504, dejándola como heredera. Volvieron a España y Felipe se apresuró en mostrarla como loca a los nobles castellanos para incapacitarla. La forzó a recibirlos casi a oscuras, con una caperuza negra ocultándole el rostro, pero tuvo uno de sus raptos de lucidez y los reconoció a todos, hablando muy cuerdamente. De ahí viene la leyenda de que su locura era un ardid para quitarle el trono. Caló en el pueblo pero no en quienes la conocían.Pronto se dividió el reino entre los partidarios de Felipe y Fernando, como rey o regente. Juana encadenaba embarazos y depresiones. Felipe se apoyó en Francia para aislar a Fernando pero éste rompió el cerco casándose con Germana de Foix (como un día dijera mi profesor: “mujer de peso en todos los aspectos”), sobrina carnal del rey francés. Durante un tiempo, Fernando le dio a su yerno cuerda donde ahorcarse y cuando ya los nobles suspiraban por su autoridad, Felipe murió tras beberse un cántaro de agua helada en un frontón. Fernando volvió como regente y los nobles acudieron a rendirle pleitesía. También Juana, con su féretro, acudió a besarle la mano.
No había forma de apartarla del muerto. La dejaron por imposible pero entró en una de sus crisis de suciedad (en la Edad Moderna asearse era un acontecimiento) y tuvieron que recluirla en el castillo de Tordesillas, con el ataúd de Felipe a la vista en una iglesia cercana. Así fueron pasando los años, murió su padre en Madrigalejo, en 1516. Vino su hijo Carlos y también le prestó acatamiento, pero nadie pensó en rescatarla de su oscura vida hasta la rebelión de los Comuneros, que trataron de reponerla en el trono como reina legítima. Pero entre sus viejas manías estaba la de no firmar ningún papel y no consiguieron su autorización para nada serio. Probablemente, eso evitó una larga guerra civil.
Carlos se dio cuenta entonces del peligro y ya no hizo nada por sacarla de la reclusión. Rara vez la visitaban sus hijos y alternaba periodos de lucidez sombría y de arrebato, en los que tenían que asearla a viva fuerza. Dormía vestida, con la llave del ataúd al cuello, por si alguien quería sorprenderla. Pasaron hasta 46 años de encierro, pero en la Semana Santa de 1555 recobró la lucidez, como hizo su abuela también antes de morir.
Mandó que la enterraran con Felipe en Granada y dejó este mundo reconciliada con todo y con todos. En la memoria popular quedó el nombre de Juana la Loca y los románticos pintaron su desvarío junto al ataúd. Pero casi nadie recuerda ya que fue la primera reina de España.

3 comentarios:

  1. Excelente entrada. Juana La Loca es, sin duda uno de los personajes más fascinantes de la historia. Una mujer extrema, apasionada, excesiva. Creo que visitaré más este blog.
    Saludos desde Bogotá.

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  2. Lo mío con Juana la Loca es amor del de verdad. Es un personaje que me conmueve cada vez que leo o repaso algo sobre el tema.
    Me acaba de recordar la película de Vicente Aranda. No sé por qué empatizo tanto con la "locura" ajena...

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  3. Muy buena entrada de ente fascinante personaje.

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